domingo, 11 de mayo de 2014

Madurar, aprender, cambiar, evolucionar.


Desde siempre me han dicho que no se debe mirar atrás, que no podemos detenernos y que tenemos que seguir hacia delante, con la vista fija en el futuro. Y se equivocaban. Joder que si se equivocaban.


No me he dado cuenta de su error -y del mío por hacerles caso a ciegas-, hasta que empecé a parecerme a una mariposa encerrada en un tarro de cristal. Chocaba una y otra vez con sus paredes sin darme cuenta de que lo que tenía que hacer era volar hacia arriba, no hacia delante.

Es necesario descansar, coger fuerzas y, sobre todo, meditar. Meditar sobre lo que has hecho, cuándo, por qué y cómo. No lo estaba haciendo mal, pero tampoco bien.

Esto tiene que cambiar. Esto va a cambiar y empiezo desde ya. En este momento, estoy empezando a alzar el vuelo después de una pequeña pausa.  Ahora sé cómo salir del tarro de cristal y sé qué tengo que hacer cuando llegue al exterior.

No tengo que planificarlo ni calcularlo todo. No voy a forzar ni a buscar nada. Ya basta de hacer arder Troya por los demás y no hacer nada por mí. Ya basta de anteponer el bien del resto al mío propio. Es hora de establecer un equilibrio. Pero primero yo, y luego el resto. Nadie me va a dar nada hecho. Si quiero algo, tendré que ser yo la que vaya a por ello con paso firme. Ya basta de perder el tiempo. Ya basta de no tratar como se merece a las personas que, pese a todo, están ahí.

Se acabó permitir que mi vida gire en torno a los actos de los demás. Es hora de tomar las riendas, de desplegar las alas, y poner rumbo hacia donde yo quiera llegar. Y de disfrutar del camino con los que se lo merecen, no con los que solo están de pasada.

jueves, 1 de mayo de 2014

Aire.

Soñé por un momento que era aire.

Aire que hacía volar los mechones de su pelo, como si de un embrujo se tratase. Aire que se arremolinaba en su nariz, que viajaba por el valle de su boca y se aventuraba hacia los confines de su cuello.  Aire osado que desafiaba la fuerza de su espalda, que la recorría de Norte a Sur y le hacía estremecerse. Aire pusilánime que se refugia entre sus brazos y descansa sobre su pecho. Aire dichoso por contornear cada milímetro de su piel. Aire pesaroso por no poder fundirse en su fuego, como si fuese de cera. 

Y entonces desperté.