Todas nuestras vidas empiezan de la misma manera.
Nuestra función en este mundo es siempre la misma: vivir, sin más. Nuestro
final es el mismo: morir.
Vivir. Vivir. Vivir… ¿De qué sirve si no es para dejar
una prueba en el mundo de que estuviste en él?
Y por ello estoy hoy aquí, como muchas otras veces,
escribiendo una parrafada falta de sentido para unos y llena de coherencia para
otros. Porque quiero que quede algo de mí. Algo tangible, algo a lo que yo le
di alas, a lo que le di la oportunidad de salir a la luz.
Algo que no enterré en mi memoria, ni en una de las
páginas de mis cuadernos y libretas de esas que no dejo leer a nadie.
Algo que cualquiera pueda leer, que lo critique, que
lo odie, que lo adore, que le fascine, que le desagrade.
Algo que sea una huella que a alguien le recuerde a
mí.
Como un trazo de tinta azul en el reverso de una fotografía. Como un
grabado en el tronco de un árbol de un lugar especial.
Crear, destruir, romper, reparar, deshacer, rehacer. Y
así hasta configurar una marca propia. Para mí, dejar en las páginas de este
blog parte de los pensamientos que rondan mi cabeza, es haceros testigos de mi
paso por el mundo, de que estuve viva, de que sentí miedo, alegría, amor,
dolor, nerviosismo, tranquilidad… De que fui alguien más que un nombre en una
lápida, más que un puñado de huesos en un ataúd, más que un número de la
seguridad social, más que un perfil en Internet.
Esto es quien soy, y os guste o no, así va a ser
siempre.
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