domingo, 24 de junio de 2012

[Ir]racionalidad


Los sentimientos son un manojo de caprichos. Nunca sabes qué va a pasar. Sin más, ahí les tienes. Puede que no haya un motivo, puede que sí. Aparecen y se niegan a irse en una temporada.
Los más cabezotas, incluso se tatúan en las paredes de tu corazón. Impregnan sus tejidos de tinta contaminada de recuerdos, envenenada con sensaciones y emociones imborrables. Condicionarán todos y cada uno de los pasos que demos, todas nuestras decisiones. Nuestra vida está a su merced… Pero sólo hasta cierto punto.
Siempre queda un pequeño hueco para una irrevocable racionalidad. Siempre podemos pararnos en seco y callar la vocecilla interior. Podemos tratar de tomar una decisión mejor sin que las emociones nos lo impidan. Pero hay que querer hacerlo.

miércoles, 20 de junio de 2012

I'd like to be back.

        Soy propensa a darle un final desastroso a todas mis historias. No fue una excepción, como cabe esperar. Lo estropeé, y la culpa, al menos gran parte, fue mía.


        Tomé el camino fácil, y ahora mismo, no sé si volveremos a dirigirnos la palabra con la misma complicidad y ternura que antes. Creo que ha sido la primera y última vez que no voy por el sendero difícil, y cada vez estoy más segura de que debería haberlo seguido. Debería haberme enfrentado a la situación de una manera menos drástica. Debería haber seguido ahí, no tendría que haberme alejado intentando borrar mis huellas y procurando no hacer ruido al cerrar la puerta.

        Pero lo hice. Y me obcequé en que el error lo estabas cometiendo tú al no detener mi huida. Pero… ¿cómo ibas a hacerlo, si ni siquiera te permití darte cuenta de que me iba? Fue tan gradual que apenas yo misma lo pude ver. Sencillamente, un día estaba demasiado lejos. Fue como si nos hubiéramos ido a dormir y yo, a media noche mientras dormías, hubiera cogido mi maleta y un billete de tren de sólo ida. Al amanecer yo ya no estaba, ¡y qué demonios! Ni siquiera trataste de buscarme. No preguntaste a nadie dónde diablos me había metido. O al menos, nadie me lo dijo.

        Tal vez sea eso, el “nadie me lo dijo”, lo que me ha hecho comprar este billete de vuelta. Eso y una vocecilla interior que me dice que o me trago el orgullo ahora, o jamás podré reescribir aquella historia cuyo prólogo empezamos a redactar.

        No sé si esto es una carta, o qué es. Supongo que quería ir allanando el camino, ir quitando obstáculos y esas cosas. Supongo que es una especie de aviso, porque en el fondo espero que al bajar del tren tú estés esperándome en algún banco del andén, entre el barullo de gente, con esa mirada seria y cómplice, con tu sonrisa canalla, con tu pose de galán del siglo XXI, y con alguna reprimenda esperando a trepar por tu garganta y a descolgarse por tus labios.


martes, 19 de junio de 2012

Los lobos siempre muerden.


Todo se va. Todo. En apenas un segundo, en apenas una frase.
Todo un cúmulo de pequeños detalles, de pequeñas ilusiones, de intenciones de hacerle feliz… Todo se va cuando la realidad te grita al oído que no es tuyo, nunca lo fue, y nunca lo será.
En su mirada siempre encontré el reflejo de un lugar lleno de esperanza, un lugar al que siempre quise pertenecer. Y qué duro es darse cuenta de que esas pupilas no se detuvieron en mí como lo hicieron las mías con él.
Lo reconozco, el lobo me mordió, y yo me volví adicta al dolor que me producían sus fauces.

domingo, 17 de junio de 2012

Saltar por la borda.





Esto es un completo asco. Pero del todo. Lo odio, odio que no desaparezcas de mi cabeza. Te has anclado a mi memoria, y parece que te niegas a marcharte. Y la verdad, empiezo a dudar que quiera que te vayas…

Pero al fin y al cabo, supongo que tendré que retirarme, aunque sea con el tacto de tus labios tatuado en los míos. Aunque sea con todos esos instantes que me regalaste, tratando de evitar que se escapen suspendidos de cada lágrima. Aunque necesite a horrores tu aroma en mi ropa al volver a casa cada tarde. Aunque necesite tus manos en mis mejillas. Aunque me hagan falta todas y cada una de las notas de tu voz, en mi oído, suaves, graves, melodiosas.

Todo en él es como el canto de una sirena: si lo escuchas, aunque sea por accidente, estás perdido. Te arrojarás al mar más embravecido, aunque al fondo te esperen las más mortíferas rocas. Ni siquiera lo dudarás un mísero instante, todo lo que necesitas como al aire estará en el agua. Saltarás por la borda sin más.

Ni siquiera te arrepentirás cuando el agua helada te atraviese como diminutas y afiladas cuchillas, ni cuando el furioso oleaje te estrelle contra las rocas una y otra vez. Cuando tu cuerpo esté entumecido por el frío y los golpes, cuando no sepas si conservas todas las partes de tu anatomía, aún entonces sólo una imagen prevalecerá en tu cabeza.

Y será él. Sabes que lo será. Sus ojos dorados, con esa suave tonalidad verdosa. La suavidad y el aroma de su piel. El calor y el cobijo del hueco entre su hombro y su cuello. La curva de su radiante sonrisa. La música de su hipnotizante voz. Su forma de hablar, de caminar, de ver el mundo. Sus manías, sus virtudes, sus defectos. Su perfecta imperfección.

Lo único que desearás en ese momento, será que sus manos te atrapen con firmeza y te saquen a la superficie. Es en ese instante, en el que la última gota de oxígeno se agota, en el que el frío anula tu temperatura corporal, en el que el dolor se hace insufrible… en el que, si aún guardas la esperanza de que te saque de ese Infierno helado, sabes que le quieres. Más de lo que tu vida podría permitirse, pero menos de lo que nadie, ni siquiera tú, puedes llegar a saber. Jamás.

     Arrojarse al abismo por amor es romántico, 
siempre y cuando alguien vaya a frenar tu caída.

jueves, 14 de junio de 2012

martes, 12 de junio de 2012

I'll stop the whole world from turning into a monster, eating us alive.

I'm only human, I've got a skeleton in me 
but I'm not the villain, despite what you're always preaching. 
Call me a traitor, I'm just collecting your victims, 
and they're getting stronger. I hear them calling.

lunes, 11 de junio de 2012

Crónica de una tarde de verano


“¡Yaaaaaaaaaay!” Ya está otra vez.  Le miro boquiabierta y él se ríe un instante. Su semblante se torna sereno de nuevo, ajusta la correa de la guitarra y vuelve a tocar la misma canción. Siempre la misma: Master of puppets.
Quizás lo más gracioso es que la emoción resquebraja su máscara de solemnidad. Para no variar, acaba yéndose de la canción original a una improvisación. Y siempre le queda bien.
Sigue tocando, y acaba casi de rodillas de pura emoción. Cierra los ojos con fuerza y mueve la cabeza al son de su música. Deja de tocar, abre los ojos, mira al techo y sonríe triunfalmente. En su mano derecha, los cuernos de Satán. En su garganta, la coletilla de siempre: “¡YEAH!”.
Se pone de pie, vuelve a colocarse la guitarra y se ríe “Podemos seguir ensayando, chicos”. Mi carcajada es inevitable: “Pijama-man, que te emocionas”. Me fulmina con la mirada y le sonrío riéndome. Mira al grupo y les indica con un gesto que está listo.
Me acomodo en la silla y me dispongo a prestar atención al resto del ensayo. Es el turno de Sweet Dreams.

domingo, 10 de junio de 2012

Moon


Aquella noche la luna estaba radiante.  Adoraba aquella sonrisa blanca, impoluta y pura rompiendo la monotonía del cielo oscuro. Desde mi ventana apenas podían verse las estrellas, y ella solía convertirse en mi guía nocturna.
A menudo, me invitaba a viajar con ella. En el trayecto, me contaba historias sobre rebeliones, sobre mundos fantásticos, sobre vidas anónimas. Me hablaba de sus sueños, de quién fue, quién es y quién quiere llegar a ser. Dejó de ser una esfera suspendida en el firmamento, para convertirse en una compañera de viaje.
Un día, sin más, dejé de buscar caminos iluminados por las noches. Caminase por donde caminase, ella iba a estar allí para guiarme y para ayudarme a ver los obstáculos.
La luna, con su sonrisa ladeada e irónica, se convirtió en mi hermana.

A una golondrina en concreto.


El silencio se quebró con el sonido de cientos de alas azotando el aire. Una perfecta formación de aves sobrevoló el cielo y terminó por posarse sobre los cables del tendido eléctrico. Altivas, solemnes, hermosas y vigilantes, las golondrinas seguían con la mirada mi caminar, pendientes de cualquier circunstancia que me impidiera avanzar.
Y una de ellas, desplegó las alas y descendió, casi en picado, hasta posarse en mi hombro, como si del loro de un bucanero se tratase. La miré extrañada, interrogándole con la mirada. El ave ladeó la cabeza, y el gesto se me hizo tan humano que no pude evitar sonreír.




Miré al frente y continué el camino junto a mi pequeña golondrina.

sábado, 9 de junio de 2012

Barcos de papel

Hacía tiempo que no indagaba en mi memoria en busca de aquel roce. Aquella dulce fricción de nuestros labios.
Sin embargo, hace cosa de dos semanas encontré unos diminutos barcos de papel, todos ellos garabateados con algunas palabras que en apariencia podrían resultar carentes de sentido. Pero no sólo sí lo tenían -y aún lo tienen- sino que además los barquitos pesan, y no por el papel o por la tinta con la que están trazadas las palabras, sino por todos los sentimientos que viajaban de polizones. Tienen el tamaño suficiente para navegar sobre la yema de los dedos, y sin embargo su capacidad es inmensa.
Cierto es que creía que habían zarpado hacía tiempo, pero al parecer seguían amarrados al muelle. No tenían a nadie que les capitaneara rumbo a su destino, y la cautela les impidió hacerse a la mar.
Les miro con ternura y acabo por subir a bordo de uno de ellos, el más pequeño de todos. Me paseo por la cubierta, por el camarote del capitán y por la bodega. Sus paredes blancas están llenas de trazos negros y firmes. Vuelvo a cubierta y trepo hasta el nido del cuervo, desde donde contemplo mi flota de papel. Me doy cuenta de que las velas del mayor de todos están ajadas. Regreso al muelle y me dirijo hacia el otro barco. El mascarón de proa, una náyade, llora, pero sin embargo en su mirada brilla la rabia. Rozo el bauprés con la punta de los dedos y escucho el eco del llanto de la náyade. Subo a bordo, y me encuentro con un desorden desconcertante. Hay cabos sueltos por todas partes y mercancías desperdigadas por doquier. La trampilla de la bodega está abierta, invitándome a pasar. Acepto la invitación, y el panorama es bastante más desolador que el de allá arriba: está todo vacío. No hay nada, a excepción de tinta negra y emborronada en las paredes. Acaricio uno de los pocos trazos que no están difuminados, y el barco entero se estremece, el papel se queja como si de viejos tablones de madera se tratase. Sigo ese trazo con la mirada, leyendo palabras que hablan de dolor, de orgullo, de olvido, de recuerdos imborrables, de miedo, de rabia… y de añoranza. Toneladas de ella. Parece que son las únicas palabras que siguen en pie. Es como si la tinta se hubiera ido, como si le hubiera caído agua encima, y la forma de los borrones recuerda a las gotas de agua al caer sobre una superficie seca. ¿Goteras, tal vez?
Fuera lo que fuera, se lo lleva una carcajada al cruzarse por mi mente. Esa manera de reír tan… sarcástica, y a la vez tan dulce.
Sacudo la cabeza y me dirijo, de nuevo, al muelle. Busco una posición que me permita ver mi flota al completo, y me planto frente a ellos con firmeza. El viento sopla y trae hasta mis oídos sus palabras: me piden que les lleve a aquel lugar. Quieren levar el ancla, extender las velas y entregarme su timón. Quieren que les conduzca a un puerto que ya me es conocido, del que les he hablado cientos de veces, sobre el cuál he escrito en ellos y en el que nunca han echado el ancla. Incluso el grande, a pesar de su evidente mal estado, se empeña en navegar. Me detengo a pensar un instante: junto a este puerto, está su astillero, el lugar en el que fueron hechos. No son objetos de colección, tenían una misión, tenían que haber llegado a aquel puerto hacía mucho, pero su capitana les abandonó. Les miro y asiento, dándoles permiso para navegar.
Automáticamente, se desencadena ante mis ojos una perfecta coreografía de aparejos y velas que ocupan sus puestos con una perfección milimétrica. Subo al pequeño, él liderará la flota rumbo a nuestro destino.
‘Cause you know I’d walk a thousand miles if I could just see you tonight.